El quechua o quichua es una familia de lenguas originaria de los Andes centrales que se extiende por la parte occidental de Sudamérica a través de varios países.[1] Es hablada por entre 14 millones y 9 millones de personas y no se ha comprobado un origen común con ninguna otra lengua o familia lingüística, por lo que es considerada la segunda familia de lenguas más extendida en América, después de la indoeuropea.
"El aymara es un lenguaje andino hablado por aproximadamente un millón y seiscientos mil personas, en las proximidades del lago Titicaca." Con estas palabras concisas de Jorge P. Arpasi, posteriormente reformuladas, más tarde ampliadas y luego infinitamente copiadas por todo internet, se iniciaba la portada de Aymara Uta hace no tantos años. Consciente o inconscientemente había una intención informativa en esas palabras; un amplio mundo de internautas desconocía -y aún desconoce- la existencia no solo de un idioma (el aymara) y unas tradiciones, sino de todo un pueblo en una lucha permanente por no abandonarse a la desaparición y al olvido.
Pero la tarea de informar a otros de nuestra existencia contiene la necesidad de reflexionar sobre lo que somos. En definitiva, nos obliga a pensarnos y a definirnos colectivamente. Esa tarea se viene realizando desde entonces a través de cada visitante que emite una opinión, un anhelo, una queja en la lista o en otros lugares donde la gente puede escribir. Hay que señalar que éste fue un efecto colateral de la tecnología que mejoró las capacidades de esta página. Esa tecnología permitió que, de tratar de informar a otros sobre quiénes somos -siempre de manera imperfecta- pasáramos a buscar luz para informarnos a nosotros mismos. Cada aporte recibido de nuestros visitantes nos ha movido en esa dirección. En este autoaprendizaje hemos encontrado que no siempre nuestro Yo ha mostrado un contenido amable. Somos un cuerpo social con aristas e imperfecciones, pero estamos convencidos de que en nosotros está también la potencia para elevarnos o para aniquilarnos.
Como ciudadanos de entresiglos tenemos el privilegio de ser testigos de una época emocionante y crucial para nuestro pueblo. Nunca hemos sido más visibles, nunca se ha esperado más de nosotros pero también nunca se nos ha aborrecido tan ácidamente. Quizá dentro de algunos años podamos decir a nuestros hijos "yo estuve allí", en los magníficos años 2000.